Estoy sumergida en el fondo del océano.
Me estoy quedando sin aire.
Pataleo desesperadamente contra el remolino de agua que me tira hacia el fondo. Es una lucha desigual, pero finalmente logro asomar la cabeza en la superficie y respiro todo el aire que pueda entrarme en los pulmones. Es de noche. Hay una luz tenue, pero no hay luna.
Miro a un lado y al otro.
Nada.
El barco se fue. No lo veo, nunca lo vi, pero sé que se fue.
Escucho una voz a mis espaldas que dice: "Por qué no se sube a la balsa?". Giro la cabeza y veo a un viejito, muy viejito en un bote pequeño, pero resistente, de fibra de vidrio. El viejito tiene un remo en cada mano y me señala con la cabeza una balsa hecha de ramas gruesas, precariamente atadas unas a otras.
-"Acá ya no va a pasar nadie. Reme hasta el faro." Y señala con la cabeza.
-¿Qué faro?- le pregunto.
-El que está ahí, no lo ve? - y suelta el remo para señalar con el dedo hacia un horizonte oscuro.
Yo miro hacia el horizonte que él señala y no veo más que oscuridad. Cuando vuelvo a mirar hacia donde estaba el viejito, había desaparecido.
Me subo a la precaria balsa y noto que no tengo remos, no hay con qué remar.
La balsa se va desarmando rápidamente y yo trato de ver cuál es la rama más gruesa para poder aferrarme y seguir flotando.
Y me quedo abrazada a una rama inerte, bajo un cielo sin estrellas.
Sin faro.
Sin remo.
Y el mar, que nunca estuvo más calmo.
2 comentarios:
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MAX: Has vuelto!
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